Poema al abedul
¿Y qué ambición más limpia,
mejor dotado premio que merecer cantarte,
cenizoso abedul que entre dos prisas
te cruzas en mi día?
¿No es suficiente pago el rumoroso
tintineo de las monedas de oro
que aún tiemblan en tus ramas
cuando están ya desnudos
los castaños, los álamos, los plátanos?
Se para uno a mirarte y ya le habla
del alma herida al alma tu tronco acuchillado,
la mirada espantada de tus ojos,
pero a la vez le cantas –si a escuchar acertamos–
la melodía única
que brota de los surcos de tu blanca
corteza, tal de rollo de pianola.
¿Cómo no devolver canto con canto?
Cuando otros enmudecen esperando
la tarda primavera, tú creces hacia el frío,
y es clamor tu silencio y es abrigo
la lividez estoica de tus ramas,
la dignidad sufrida de tu invierno.
Tomáramos ejemplo de tu ejemplo
ante los fríos aires de la vida.